Por: Marcos Salgado
Tanto el Partido Demócrata como el Republicano, con diferentes matices, buscan una sola cosa: restablecer el control perdido sobre el “patio trasero”, ante la creciente presencia de China y Rusia en la región.
En el primer semestre de este 2022, cuando estalla la guerra en Ucrania, sorprendió a muchos la noticia de que la Casa Blanca y el gobierno de Venezuela estaban manteniendo contactos de alto nivel, entre otras cosas para restablecer algún tipo de suministro de petróleo venezolano para el mercado estadounidense. Se concretaba de esa forma el cambio de política de la administración Biden sobre Venezuela, respecto a la anterior de Donald Trump. Mientras Trump con sus halcones intentó derrocar por varias vías y hasta invadir territorio venezolano a través de terceros para terminar rápido con el gobierno de Nicolás Maduro, Joe Biden aplica otra estrategia: el “soft power”. Las estrategias de persuasión de “poder blando” en donde los discursos basados en promesas liberales en lo económico y lo político toman más fuerza. Comparado con Trump, Biden puede parecer “blando” hacia Venezuela, pero en rigor los intereses son los mismos. Tanto demócratas como republicanos con sus diferentes matices buscan una sola cosa: restablecer el control perdido sobre el “patio trasero”, ante la creciente presencia de China y Rusia en la región. Para Venezuela la función es clara, es la misma que cumplía antes de la llegada del comandante Chávez al Palacio de Miraflores: proveedor seguro de petróleo. Otros ritmos El soft power de Biden sobre Venezuela cambia los ritmos de la política interna. Del atolondramiento de la oposición venezolana que creía (soñaba) que tumbaría a Nicolás Maduro en cuestión de semanas, llegamos a otro escenario, el actual, donde las presidenciales de 2024 y las regionales de 2025 parecen marcar el devenir político del país. Ya no se habla en Venezuela, al menos no con cierta convicción, de “elecciones ya” o de una salida anticipada del presidente Maduro. En una esmirriada conferencia de prensan en los cuarteles de Voluntad Popular en Caracas, el disque presidente interino Juan Guaidó insiste con la letanía de que los días de Maduro en el Palacio de Miraflores están contados, pero confunde en fijar plazos en los que él y otros referentes vienen fracasando regularmente. Las cuentas regresivas en rigor no parece emplazar a Maduro, sino a la oposición, que no está ni cerca de tener un candidato unificado, condición central para aspirar a alguna posibilidad de triunfo. En la otra vereda el presidente Maduro ya está en la carrera como candidato para una segunda reelección para un tercer período presidencial. En el chavismo no hay candidatos alternativos ni disputas de liderazgo. Con todas las miradas puestas en 2024, cobra más fuerza el rol de Estados Unidos para acordar con el gobierno de Venezuela algunas reglas de juego para esos comicios, lo cual debería discutirse en una eventual reactivación formal de la mesa de diálogo de México, que algunos voceros dicen es inminente. Según el respetado analista político Leopoldo Pucci, en una eventual reactivación del mecanismo de México la oposición puede pedir que se organice el voto de venezolanos en el exterior -claro cálculo de rédito electoral- y que se permita la participación de opositores inhabilitados. Por el lado del gobierno, el reclamo se sabe sería el del levantamiento de un número importante de medidas coercitivas unilaterales, que Estados Unidos mantiene (ahí no hay soft power) sobre las cuentas y las finanzas de Venezuela. Y en paralelo corren otros temas, como la reanudación de las operaciones de la petrolera Chevron en Venezuela, y hasta un eventual nuevo intercambio de prisioneros, como el que se dio hace pocos días. Como explica Pucci, hay quienes han querido ver en el reciente intercambio de prisioneros una señal de que se está dialogando y que se abona ese camino. Otros dicen que los que intercambian prisioneros son los enemigos, y no quienes negocian. Claramente, las negociaciones son complejas y variadas, pero se mantienen porque las dos partes tienen algo para ofrecer que al otro le interesa. Así de precaria, o así de promisoria, es la relación entre La Casa Blanca y el Palacio de Miraflores. * Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTv en Venezuela, editor de Questiondigital.com. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la) |
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