Por: Análisis Crítico
China han asumido todos los retos que se le han presentado, guerras, hambrunas, como la pandemia del Covid 19, pero este reto que acaba de superar dejó atónitos a la comunidad científica.
Por: Análisis Crítico
China han asumido todos los retos que se le han presentado, guerras, hambrunas, como la pandemia del Covid 19, pero este reto que acaba de superar dejó atónitos a la comunidad científica.
Las expertas piden cautela y advierten de que, aunque los ataques no estén asociados a la comisión de otros delitos, conectan con las “estrategias de adoctrinamiento” a las mujeres mediante el pánico y la sensación de inseguridad en el espacio público.
Aún hay más incógnitas que certezas sobre los pinchazos a mujeres en locales de ocio nocturno que se han acumulado en los últimos días. Se investigan denuncias en hasta nueve comunidades, con Catalunya a la cabeza con una veintena de ellas, mientras la policía aún desconoce las motivaciones que habría detrás de los hechos. De momento, no constan otros delitos asociados como agresiones sexuales o robos, pero el fenómeno en sí y la forma de abordarlo están alimentando el relato del miedo y la sensación de inseguridad con los que las mujeres han sido socializadas desde niñas.
“Necesitamos saber qué pasa en el fenómeno del pinchazo, no sabemos si hay sustancias en determinados casos, pero es un hecho grave porque se nos expulsa de espacios de diversión y ocio donde queremos estar”, ha asegurado este miércoles la ministra de Justicia, Pilar Llop.
Los datos disponibles apuntan a que en Catalunya se han registrado 23 denuncias, seguida de Euskadi, con 12, y otras diez en Andalucía. Se suman las de Cantabria, Aragón, Comunitat Valenciana, Baleares, Navarra y Castilla-La Mancha. En ninguno de los casos, salvo en uno, se han encontrado restos de sustancias químicas en el cuerpo de las víctimas y la mayoría remiten haber sufrido mareos, vómitos o pérdida de control. Aunque hay algún denunciante, la inmensa mayoría son mujeres jóvenes en espacios de ocio, tal y como se reportó ya en otros países europeos como Francia o Reino Unido, donde las autoridades registraron 1.300 denuncias en seis meses.
Palabras como “alarma”, “psicosis”, “ola” o “temor” se han instalado estos días en los titulares que abordan la situación. “Hay que ser muy prudentes a la hora de analizarlo, pero lo que parece que está claro es que hay un sesgo de género y es evidente que se está generando una alarma social, otra vez este fomento del terror sexual que de alguna forma hace que a las mujeres nos lleguen de nuevo los mensajes de peligro en el espacio público y se perpetúe la idea de fragilidad y vulnerabilidad”, señala la psicóloga experta en victimología y violencia sexual, Alba Alfageme.
Coincide con ella Ana Burgos, investigadora de Noctámbulas, un observatorio que estudia la violencia sexual en entornos de ocio nocturno y consumo de drogas. “Independientemente de que haya o no sumisión química, está siendo una estrategia de adoctrinamiento de las mujeres porque nos asusta y nos genera pánico. El objetivo es disciplinar a las mujeres, controlarlas y ordenarlas según el sistema patriarcal lo ha entendido: ellas en el espacio doméstico y sometidas, ellos en el espacio público y libres”, señala la experta, que reclama cautela y esperar a datos concluyentes y al devenir de las investigaciones para no alimentar la alarma.
Para afrontarlo, desde la Federación de Mujeres Jóvenes reclaman que tanto las instituciones como los locales de ocio activen protocolos (que varias comunidades y locales ya han activado) que “pongan el foco en la prevención y en los agresores” con el objetivo de “no generar este pavor en las mujeres a la hora de salir”, explica su presidenta, Ada Santana. “Para ello no hace falta sumisión química, basta con crear miedo, así que debemos reivindicar que los espacios de ocio nocturno son también nuestros y nuestra única preocupación debe ser pasárnoslo bien y no estar preocupadas de si nos van a drogar, a pinchar o a meter algo en la copa”, prosigue.
Lo que las expertas piden evitar es que se contribuya a la alarma social, muy especialmente a través de las coberturas mediáticas. Es lo que la investigadora Nerea Barjola llamó “el relato del terror sexual” tras analizar en profundidad el asesinato de Miriam, Toñi y Desirée en 1992, el conocido como caso Alcàsser. La experta concluyó que, tal y como recuerdan muchas mujeres que eran jóvenes entonces, fue el encargado de difundir a gran escala esa narrativa que acabó determinando pautas de comportamiento para las mujeres en las que hay límites (hacer autostop, salir solas) que no deben cruzarse.
El miedo a una agresión es algo que acompaña a las mujeres desde que son pequeñas. “Avísame cuando llegues”, “¿vienes con alguien?”, “ten las llaves preparadas cuando te vayas acercando al portal” o “ten cuidado con la copa” son mensajes habituales que suelen recibir desde niñas y prácticamente nunca dejan de repetirse.
Alfageme lo denomina “la pedagogía del miedo” en la que “hemos sido educadas”. Y en ese marco sitúan las especialistas los pinchazos. “Aunque de momento los datos que tenemos se refieren a que no hay otro delito asociado, está alimentando esa sensación de inseguridad que en sí misma ya es una forma de violencia estructural patriarcal. Y eso no podemos minimizarlo”.
En la misma línea se expresaba hace escasos días el doctor Guillermo Burillo, coordinador del grupo de Toxicología de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES), para el que “las evidencias médicas y las denuncias no nos permiten negar la posibilidad de que estemos ante gente que se dedica a pinchar solo para generar miedo”.
Para Burgos, forma parte de una “violencia global y estructural”: “Las mujeres aprendemos desde pequeñas que somos agredibles, desde cuando los chicos de clase nos levantaban la falda hasta los comentarios recibidos por la calle, tocamientos, agresiones o, como ahora, pinchazos. Son estrategias de control de nuestra libertad y sexualidad”.
Las expertas no niegan la realidad de la violencia machista, pero sí censuran “la normalización” del miedo. “Se llega a decir que es normal que hagamos cosas para aumentar nuestra sensación de seguridad porque nos pasan más cosas, pero eso está naturalizándolo. Y no, no es normal. Estos fenómenos, como los pinchazos, lo que hacen es sumar más artillería a nuestra sensación de inseguridad para que lo aceptemos: ‘Es normal, porque a las mujeres…”, reflexiona Alfageme.
ero ¿cómo hacer para no perpetuar el discurso del terror sexual y al mismo tiempo no minimizar los hechos? “Informando con rigor, siendo prudentes, explicando qué están haciendo las instituciones y diciendo que es normal que las mujeres se puedan sentir así y puedan tener miedo, no solo contabilizando una a una las denuncias”, cree Alfageme.
Burgos asegura que el miedo “es natural”, pero apuesta por poner sobre la mesa “herramientas feministas de gestión del mismo” y mensajes alejados de “ese pánico paralizante que nos domestica” porque “ello no nos informa realmente de los peligros a los que por el hecho de ser mujeres nos tenemos que enfrentar”.
También reivindican las expertas no poner solo el foco en un tipo de violencia y, sobre todo, no sobredimensionarla en relación con otras más invisibles. “Es muy cómodo socialmente hacer crítica a un modus operandi concreto muy espectacular como este, pero obviar u opacar la mayoría de la violencia y, en concreto, la violencia sexual”, explica Burgos. Según datos de un reciente estudio en el que participaron cuatro universidades públicas españolas, el 80% de las agresiones sexuales las cometieron conocidos de la víctima y en seis de cada diez casos los hechos se produjeron en una vivienda.
“Los mensajes de miedo con los que crecemos tienden a poner el foco en lo que hacemos cuando salimos de noche, pero la realidad es que nos pasan muchas más cosas en el trabajo o en casa. Lo que ocurre es que socialmente nos focalizamos en el discurso en espacios de ocio porque conecta más con los mitos que tenemos sobre la violencia y ahí entran en juego los pinchazos, que reproducen muy bien esos mitos: en lugares de ocio nocturno, por parte de desconocidos, descontroladamente…”, cuenta Alfageme, profesora de psicología de la Universidad de Girona y autora de Cuando gritamos nuestros nombres (Univers).
Por contra, prosigue la experta, “debemos trabajar la pedagogía de la seguridad”: “Esto puede pasarnos, pero está la otra realidad, tan invisibilizada, que no es el espacio público, y que además nos han dicho que es un espacio seguro. Si no nos centramos en todos los tipos de violencia, estamos de alguna forma alimentando ese mito patriarcal de que los agresores son los otros, aquellos que no nos conocen, y no tu padre, tu vecino o tu novio. Si no abordamos toda la película y nos quedamos solo con un fotograma, difícilmente podremos identificar y enfrentar toda la estructura violenta con las mujeres”, subraya la psicóloga.
Ha decretado el presidente galo, Emmanuel Macron, el “fin de la abundancia” (ver aquí). Y enseguida ha despertado un debate tan interesante y oportuno como cargado del veneno de las trampas del lenguaje. ¿Qué entendemos por “abundancia”? ¿Quiénes deben renunciar a “la liquidez sin coste”? ¿Quiénes deben decir adiós a “los productos y tecnologías que nos parecían permanentemente disponibles”? “No cedamos a la demagogia”, concluía Macron, y en esto último uno no puede sino darle toda la razón. El problema, creo, es la base previa de su reflexión, todo un ejercicio de premeditada ignorancia, de cinismo o –precisamente– de pura demagogia.
Me explico (o al menos lo intento).
Decidir que veníamos viviendo una era “de la abundancia” es desenfocar la realidad o mirarla con las gafas del clasismo socio-económico o el sectarismo político. Si echamos un vistazo a las estadísticas oficiales sobre desigualdad o sobre riesgo de pobreza, Francia (como España) asiste impotente o pasiva al crecimiento de la brecha: uno de cada cinco ciudadanos o ciudadanas vive al borde de la pobreza extrema (ver aquí). Y la frontera ya no es el hecho de tener o no tener empleo: el número de trabajadores pobres se multiplica, en paralelo al crecimiento de la precariedad, la temporalidad, la inseguridad en el empleo.
De modo que esa “era de la abundancia” la vivía (y la sigue viviendo) un porcentaje mínimo de la población europea, un conjunto demográfico a pesar de todo privilegiado, sí, respecto a lo que ocurre en la mayor parte del mundo, pero en cualquier caso una absoluta minoría. Baste como ejemplo el siguiente dato: el número de milmillonarios ha crecido tras la pandemia y la guerra de Ucrania, al tiempo que también se disparaba el porcentaje de ciudadanos arrastrados a la pobreza (ver aquí).
Para ir al grano, existen (al menos) dos formas de enfocar la realidad de la crisis múltiple que afrontamos (la energética, la climática y la de la inflación). Una es la que propone Macron, muy en línea con los remedios neoliberales ya conocidos en anteriores crisis: vienen curvas, así que apretémonos todos el cinturón, practiquemos una “austeridad” generalizada que en realidad sólo practican (o practicamos) quienes nos vemos obligados a la misma. Y dos: ¿qué tal si nos planteamos abordar esa brecha de desigualdad galopante, en la que quienes más tenían multiplican su patrimonio mientras los pobres se hacen más pobres y las clases medias (base objetiva históricamente de todo cambio social o revolucionario) se estrechan en un goteo supuestamente imparable hacia la pobreza extrema?
Decidir que veníamos viviendo una era “de la abundancia” es desenfocar la realidad. Si echamos un vistazo a las estadísticas, Francia (como España) asiste impotente al crecimiento de la brecha de desigualdad
Asistimos a un bombardeo de datos y supuestas noticias sobre la hiperinflación. Pero muy raramente se ponen los focos en el origen de la misma: el 83% procede de los beneficios empresariales y sólo el 13,7% de los salarios (ver aquí). Expresado de otra numérica forma: la cifra de negocios empresariales lleva 16 meses consecutivos al alza, mientras los salarios acumulan una subida de apenas el 2,6% en 2022 (ver aquí).
Pero si a la ministra de Trabajo se le ocurre decir (ver aquí) que hace falta “más que nunca” subir el Salario Mínimo, digan lo que digan las patronales, hay sectores políticos, económicos y mediáticos que se echan las manos a la cabeza pronosticando poco menos que el fin del mundo o al menos de la “era de la abundancia”. Convendría empezar a retratar con un poco más de profundidad a la clase empresarial española y a sus altos representantes, que no pierden oportunidad para culpar a las izquierdas, los sindicatos y los trabajadores de todos los males que nos acechan. Y uno se pregunta si en algún momento será oportuno preguntarse por qué la única propuesta que tienen todos esos influyentes sectores para afrontar cualquier crisis es la receta de la “austeridad”. ¿La austeridad de quiénes? ¿De los asalariados? ¿De los pluriempleados? ¿De los millenials? Porque está aún por comprobarse una sola ocasión en la que ante una crisis económica local o global no se produzca lo que los profesores Antonio Ariño y Joan Romero denominaron con lucidez “la secesión de los ricos”.
¿Fin de la abundancia? Bienvenido sea. Se ha repetido hasta la saciedad la respuesta que supuestamente le dio el líder socialdemócrata sueco Olof Palme a un dirigente de la revolución portuguesa que explicó la misma como instrumento para «acabar con los ricos». «Pues en mi país lo que queremos es acabar con los pobres», habría contestado Palme de inmediato. Hoy, cualquier demócrata progresista debería recordar a Palme y tomar la palabra a Macron para matizarle: se acabó la era de la abundancia, vale. Intentemos ahora poner fin a los excesos obscenos y luchemos por reducir la desigualdad y la injusticia fiscal. Es una clave de bóveda del cambio de época y quizás la única forma de fortalecer la democracia.
Fuente: https://www.infolibre.es/opinion/columnas/buzon-de-voz/abundancia_129_13
Por: Analisis Critico Puedes ser de la tercera edad pero el Swing nunca te abandona pic.twitter.com/zjyzpIRjHS — Ali Anzola Escorche (@al...