El 16 de septiembre, el segundo día de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la ciudad uzbeka de Samarcanda, el presidente de China, Xi Jinping, llamó a los miembros de la agrupación, integrada por países de Asia Central, a trabajar juntos para evitar que “fuerzas externas” instiguen “revoluciones de color” en la región.
Con la idea de que esa amenaza es un gran riesgo en el futuro cercano, el líder chino propuso un esfuerzo conjunto para capacitar a 2000 oficiales de policía especializados en un centro regional con el objetivo de “fortalecer el desarrollo de la capacidad de aplicación de la ley” entre las naciones miembros de la OCS.
Sus comentarios fueron inquietantemente fortuitos, ya que, en cuestión de horas, “manifestantes” tomaron las calles de Teherán y otras ciudades importantes de Irán, provocando la violencia y el vandalismo.
Una semana después, a pesar de las marchas de varios millones de iraníes que apoyan el Sistema de la República Islámica y de los arrestos de los cabecillas de los agitadores, las protestas revoltosas muestran pocas señales de disminuir.. Con toda la barbarie generalizada dirigida tanto a civiles como a autoridades y la destrucción de ambulancias, todavía muchos alborotadores afirman estar motivados por cuestiones de derechos humanos.
Para los residentes de la antigua zona de influencia de la antigua URSS, estas escenas son familiares y siniestras. Después de todo, es en estas tierras donde, desde el cambio de siglo, múltiples gobiernos han sido derrocados en levantamientos codificados por colores, por ejemplo, la Revolución Rosa de Georgia en 2003, la Revolución Naranja de Ucrania en 2004 y la Revolución de los Tulipanes de Kirguistán en 2005.
Invariablemente, comenzaron manifestaciones callejeras masivas, que en poco tiempo se volvieron incendiarias tras las inevitables respuestas de las autoridades locales. De manera inalterable, las protestas eran presentadas en los medios occidentales como explosiones espontáneas y orgánicas de la voluntad popular, motivadas por una abrumadora demanda local de derechos humanos, democracia y libertad.
En todos los casos, lo que reemplazó a las administraciones derrocadas fueron regímenes autocráticos e impopulares respaldados por Occidente, que no hicieron nada para promover las causas del humanitarismo, el progreso o la libertad, sino que solo trabajaron para promover los intereses ideológicos y financieros de Occidente, suplantar la soberanía nacional sobre industrias y sectores económicos, y convertir a esos países y ciudadanos en vasallos del imperio estadounidense.
La fuerza impulsora clave detrás de estas “revoluciones” fue la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), una agencia estatal estadounidense fundada en noviembre de 1983, bajo las órdenes del entonces director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense, William Casey. Esta oenegé trató de construir un mecanismo público para apoyar a los grupos de oposición, movimientos activistas y medios de comunicación en el extranjero que participarían en la propaganda y el activismo político para perturbar, desestabilizar y, en última instancia, desplazar a los que consideraba “regímenes enemigos”.
Tales actividades estaban tradicionalmente dentro del alcance de la CIA, pero los vergonzosos escándalos de la década de 1970 obligaron a EE.UU. a pensar en medios más populares para lograr sus fines malignos. La naturaleza insidiosa de la NED fue revelada en un artículo del Washington Post en 1991, que describía cómo la agencia llevó a cabo “golpes sin espionaje” en el extranjero a través de “operaciones abiertas”, mediante la entrega descarada de financiación a elementos antigubernamentales.
“La financiación encubierta para estos grupos habría sido el beso de la muerte si se hubiera descubierto. La financiación abierta, al parecer, ha sido un beso de vida”, admitió el periódico.
Ese artículo también citó con cierta extensión a un alto funcionario de la NED, Allen Weinstein, quien reconoció que “mucho de lo que hacemos hoy lo hizo la CIA de manera encubierta hace 25 años”.
La propaganda desacredita a los transgresores
En 2015, Rusia prohibió que la NED operara en su territorio; una medida calificada por los medios occidentales de una represión tiránica de la sociedad civil. Muchos otros países han seguido su ejemplo desde entonces, particularmente en el hemisferio sur, el segmento del mundo con mayor riesgo de intromisión patrocinada por la polémica fundación.
La República Islámica de Irán, por razones obvias, ha sido el objetivo principal de la organización de “cambio de régimen” financiada por Estados Unidos. Su base de datos de subvenciones muestra que entre 2016 y 2022 patrocinó 51 proyectos separados a un costo de casi 5 millones de dólares en el país.
Por ejemplo, entregaron 45 000 dólares a una organización no identificada para el “monitoreo y documentación de los derechos humanos”, para “crear consciencia sobre los derechos humanos y fortalecer la capacidad de los defensores de los derechos humanos” en el país.
Se usaron alrededor de 70 000 dólares para financiar una “revista de leyes de derechos humanos” mediante la cual se “cree conciencia entre abogados y actores de la sociedad civil sobre el Estado de derecho y los derechos cívicos y para fomentar el debate” entre “abogados, estudiantes de derecho y clérigos”, sobre “reformas democráticas”.
Como explicó en su tiempo el denunciante de la CIA, Ralph McGehee, avivar las preocupaciones fraudulentas sobre los derechos humanos es una estrategia bien establecida del caballo de Troya de EE.UU. y la primera etapa en una operación de cambio de régimen dirigida por la NED.
En concreto sobre el proceso que sigue Washignton, McGehee apuntó: “La Administración estadounidense influye o crea nuevas organizaciones de derechos humanos que declaran que un país viola los derechos humanos. La propaganda desacredita a los transgresores. Tan pronto como un gobierno ha sido apropiadamente satanizado, se aplican medidas diplomáticas, políticas, de propaganda, de medios de comunicación y económicas para obligar al país objetivo a seguir la línea. Cuando la nación en cuestión disminuye las restricciones políticas, la NED, USAID, el Banco Mundial, etc. comienzan operaciones abiertas o encubiertas para modificar o reemplazar la autoridad gobernante”.
Es evidente que la NED sigue de cerca los acontecimientos en Teherán. El 22 de septiembre la organización instó a los interesados en la “cobertura de las crecientes protestas en Irán” a seguir al beneficiario de la subvención, el Centro de Abdorrahman Borumand.
Los términos de las subvenciones de la NED muestran que ha recibido cientos de miles de dólares desde 2016 para “promover la educación, el discurso y la defensa de los derechos humanos y la democracia” y “supervisar y documentar las violaciones de los derechos humanos, difundir públicamente sus hallazgos y abogar por una mayor rendición de cuentas a las obligaciones de los tratados internacionales, así como a las víctimas de violaciones de los derechos humanos”.
En otras palabras, ahora está haciendo el trabajo por el que está tan generosamente financiado.
El trabajo del Centro de Abdorrahman Borumand, sin duda, aumenta los intentos de la NED de involucrar y armar a los alborotadores en Irán como soldados de a pie. En las últimas décadas, la “guerra legal” se ha convertido en una táctica de desestabilización cada vez más popular para Washington, a menudo con efectos absolutamente devastadores.
La Operación Lava Jato de Brasil vio encarceladas a numerosas figuras políticas populares de izquierda y empresas nacionales exitosas paralizadas por cargos falsos de corrupción, lo que a su vez causó estragos en la economía del país y marcó el comienzo del gobierno de Jair Bolsanaro.
El grupo de trabajo Lava Jato fue aclamado por los principales periodistas como héroes de una cruzada justa para purgar a Brasil de la delincuencia financiera en los niveles más altos del país. En realidad, el grupo de trabajo estaba compuesto por abogados corruptos, quienes recibieron una amplia capacitación y dirección en sus actividades del Departamento de Justicia y la Oficina Federal de Investigaciones de EE.UU.
En conversaciones privadas a través de la aplicación Telegram, se jactaron de que el arresto y encarcelamiento del expresidente brasileño Lula da Silva fue “un regalo de la CIA”.
Ahora, un hombre libre después de pasar 580 días en la cárcel, sus condenas vejatorias han sido anuladas y es el claro favorito en las encuestas antes de las inminentes elecciones presidenciales del gigante suramericano.
La NED también tiene un historial de participar en dicha actividad. En septiembre de 2003, la organización otorgó al Centro para la Justicia y el Derecho Internacional con sede en Washington $83 000 para capacitar a ciudadanos venezolanos en el inicio de acciones legales contra su Gobierno a través de la Comisión Interamericana y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, una agrupación legal poco conocida, pero extremadamente poderosa con sede en Estados Unidos y Costa Rica que reclama jurisdicción sobre la totalidad de las Américas.
Esto condujo a un aumento dramático de reclamos frívolos presentados contra el Gobierno venezolano por parte de activistas de la oposición, todos los cuales eludieron el sistema legal de Venezuela y socavaron su soberanía, otorgando poder de juicio a un organismo dirigido por extranjeros.
Artes oscuras del espionaje
Volviendo al testimonio del denunciante de la CIA, Ralph McGehee, otro componente central de los programas de cambio de régimen de EE.UU. son las “operaciones de evidencia falsa”, en las que se falsifican documentos desacreditadores y se colocan “donde serán descubiertos y distribuidos”, en el proceso glorificando a los demonios y demonizando a los objetivos, incluso a los más honorables.
Uno de los medios clave por los cuales la CIA hace circular ese material hoy en día es a través de la piratería y los grupos de piratería, y fuentes de noticias occidentales han confirmado que Irán está en el punto de mira de los esfuerzos de la Agencia en este sentido.
En 2018, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, autorizó a Langley a “descontrolarse” y realizar actividades cibernéticas “mucho más agresivas” contra Teherán, lo que condujo a una serie de “operaciones de pirateo y volcado” y “ataques cibernéticos a la infraestructura iraní” con “menos supervisión de la Casa Blanca” que antes.
Desde que estallaron los disturbios recientes en Irán la semana pasada, los piratas informáticos han vuelto a atacar el país en masa, con material ilícito y afirmaciones de éxito de ciberataques que se comparten ampliamente en Twitter acompañados del hashtag #OpIran.
El análisis realizado por el especialista en desinformación digital Marc Owen Jones indica que muchas de las cuentas involucradas se registraron después del 16 de septiembre, y desde entonces se han creado muchos cientos de cuentas que usan ese hashtag todos los días, lo que plantea la perspectiva obvia de que son bots o trolls, controlados centralmente por actores oscuros desconocidos.
Puede ser significativo que el 19 de septiembre, el Washington Post reveló que la unidad Centcom del Pentágono, que cubre todas las operaciones militares de EE.UU. en el área “central” del mundo, estaba auditando todas sus actividades de guerra psicológica en línea, después de que varios usuarios por la división fueron expuestos públicamente y prohibidos por Facebook. Entre las cuentas eliminadas se encontraba una plataforma de noticias falsa que compartía contenido publicado por el medio de propaganda estadounidense Voice of America en persa.
Un grupo aparentemente privado de piratas informáticos ha llegado al extremo de crear un canal de Telegram dedicado a alentar a los ciudadanos iraníes a “enviar videos de abusos e información que el régimen de Irán no quiere que el mundo vea”, prometiendo que el colectivo “haría que tu voz sea escuchada y sea compartido con el mundo lo que envías”.
Aquí, vemos cómo las estrategias separadas de guerra psicológica y digital occidentales pueden cruzarse y complementarse entre sí. En el proceso, la probabilidad de que el tumulto que se desarrolla en Irán sea impulsado, dirigido y amplificado desde el exterior y, en última instancia, se trate de derrocar a un gobierno problemático se convierte en una certeza virtual.
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Kit Klarenberg es un periodista de investigación y colaborador de MintPresss News que explora el papel de los servicios de inteligencia en la configuración de la política y las percepciones. Su trabajo ha aparecido anteriormente en The Cradle, Declassified UK, Electronic Intifada, Grayzone y ShadowProof. Sígalo en Twitter @KitKlarenberg