Con la denominada Operación Canguro integrada por más de 2.000 funcionaros de seguridad, ejército, policías, que dejó nueve estudiantes asesinados e introdujo 12 tanques de guerra prestos para el combate, uno de ellos en la Plaza del Rectorado y otro al frente de la otrora llamada Escuela de Periodismo, el entonces presidente socialcristiano, Rafael Caldera, abría una vieja y ansiada fisura a la autonomía universitaria, categoría física y conceptual procreada por Simón Bolívar, quien influido por Rousseau y las ideas de la Ilustración la concibió como espacio para el libre debate académico y la investigación generadora de los conocimientos pedidos por la naciente nación venezolana.
Por el contrario, para la Iglesia Católica la universidad laica, gratuita, obligatoria y en manos del Estado era y es un estorbo. Sentida por los avances científicos que a cada paso le restaba poder de persuasión y le impedía hacer de la educación un vehículo doctrinal para la sumisión y el lucro, la iglesia encontraba en la firmeza de pensadores pedagógicos como Luis Beltrán Prieto Figueroa, y su Estado Docente, la negativa a que la religión impusiera sus dogmas enemigos de la risa y del debate critico-formador en escuelas y universidades.
Narra la profesora de la UCV, Eleonora Rodríguez, autora del texto La Intervención de la Universidad Central de Venezuela en 1951, que la Iglesia siempre ha mantenido entre sus propósitos desprestigiar a la universidad pública y laica, en principio para crear y luego para enaltecer y hacer necesaria y rentable la educación católica. Basta leer los medios impresos La Religión y la revista SIC, ambos de la Iglesia Católica; y El Gráfico, de COPEI, antes y después de la intervención de la Universidad Central de Venezuela acometida por la Junta Militar de Gobierno, en octubre de 1951.
Tanto fue el ataque contra la UCV, que el 5 de agosto de 1953 se promulgó la Ley de Universidades Nacionales, que dio base al Reglamento Orgánico de Universidades Privadas, dictado el 23 de agosto de ese mismo año, el cual “…abrió las puertas por primera vez al sector privado en la educación superior y dio fundamento para la creación –ese mismo año- de las universidades Católica Andrés Bello y Santa María”.
“Tengo que celebrar que haya cristalizado un estatuto de universidades privadas para bien de la patria venezolana”, decía en el discurso fundacional Carlos Plaza, primer rector de UCAB. “La Universidad cree en esa religión y esa fe que engendró la más formidable de las culturas: la cultura occidental cristiana, la cual ha impreso su fisonomía en Europa y en América”.
Pero si bien el oscurantismo y la lógica del lucro habían logrado presionar y chantajear a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, las fuerzas idearias de la universidad autónoma también habían conquistado caminos en la lucha por la democracia, actitud que fue retribuida con la promulgación de la Ley de Universidades en 1959, la cual consagra la plena autonomía universitaria.
La universidad se avoca a plasmar su ser autonómico y bajo la guía del rector magnífico, Francisco de Venanzi (1917-1987), quien decía: ”El verdadero avance del país está ligado indisolublemente al futuro de sus universidades”, a comienzos de los sesenta son creados institutos de investigación social y científica, nuevas carreras, diversidad de grupos culturales que convierten a la Casa que vence la sombra en faro orientador del quehacer nacional, con peso y reputación académica propia ganada por la brillantez de sus docentes, estudiantes y trabajadores en aulas, laboratorios, institutos, foros y calles.
La tarea de la universidad autónoma es continuada por el dos veces rector Jesús María Bianco (1917-1976), quien visionario no se conforma con el nivel de autonomía hasta ese instante alcanzado, y a finales de los sesenta estimula el Movimiento de Renovación Universitaria cual escenario histórico e inevitable para enaltecer el debate dialéctico en todos los ámbitos universitarios, capaz de potenciar y profundizar la academia y la investigación generadora de conocimientos pedidos por el país.
La universidad crítica, cuestionadora, proponente de soluciones, innovadora, investigadora, jurunga al Estado y a sus instituciones públicas y privadas. Expone ante la opinión pública propuestas, planes de desarrollo, soluciones a los problemas de pobreza; y también lo increpa y le revela lo intencionalmente oculto. Abre fisuras en las estructuras caducas y desfasadas mantenidas por círculos elitescos de poder.
Crece la fortaleza moral de la universidad. Es un espacio de difícil acceso para las ideas dogmáticas, oscuras y conservadoras. Cuestiona e incomoda a las elites. Las clases dominantes se retuercen. Ansían cambiar su modelo político de gestión. Crean la Universidad Simón Bolívar bajo un enfoque disciplinario instrumental, que concentra el pensar solo en los programas de estudios. Es un currículo construido para formar egresados corporativos universales. Con el mismo propósito y en el ámbito privado, y en los mismos años sesenta, crean la Universidad Metropolitana.
El gobierno socialcristiano se propone en firme acabar con todo modelo educativo capaz de hacer pensar a los estudiantes más allá del aula. Es progresivamente desarticulada la educación universitaria, el Instituto Pedagógico de Caracas, la Escuela Técnica Industrial, las escuelas normales y hasta el tradicional bachillerato, todos originariamente impulsados con los valiosos aportes de la intelectualidad inmigrante europea que arribó al país tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española, con la ayuda inconmensurable de pedagogos y científicos chilenos imbuidos en el pensamiento liberal laico.
La clase dominante se propone meterse en la UCV sin meterse en la UCV. Ya bajo el gobierno de Raúl Leoni, de Acción Democrática, en 1967, habían dado un primer paso eliminando la exigencia de ser doctor optar a rector de la UCV. Era una manera de relajar la disciplina de escalafón y ascensos para abrir paso a la incorporación en la universidad de los «compañeros de partido».
Con el allanamiento, la Operación Canguro, en 1969, es destituido el rector Bianco y se abre paso legal a la designación por parte del Consejo Nacional de Universidades, CNU, provisorio, de autoridades rectorales afines a las posturas políticas o ideológicas del partido gobernante, gestándose así un ambiente de anomia que, poco a poco, viene dominando hoy a la UCV, haciendo de la subjetividad el criterio en la toma de decisiones, corroyendo las normas y los requisitos académicos, inhibiendo la sana diatriba de cátedra, debilitando la autonomía.
Ayer, mientras De Venanzi y Bianco crearon y se basaron en la academia y la autonomía para luchar por la academia y la autonomía, hoy presenciamos universidades autónomas dirigidas por autoridades rectorales y gremiales sesgadas política e ideológicamente, que ante la ausencia de méritos propios, usan y abusan de la reputación otrora dignamente alcanzada, no para lograr mejoras académicas, sino para derribar al gobierno legítimamente electo.
El sesgo ideológico y político es tan marcado, tan antiacadémico, que incluso a ellos mismos les entorpece avanzar en sus tímidos y timoratos proyectos de reforma académica. Temen que la universidad pueda serle útil al país. Su juego es siempre a la parálisis, a perpetuarse en una universidad estática como fórmula para proteger intereses y privilegios. Es sobre este modelo político de gestión universitaria agotado que caminó el presidente Nicolás Maduro en su recorrido por la Tierra de Nadie. Ahora el reto es frenar y revertir el robo de docentes e investigadores históricamente practicados por los países industrializados en los llamados países del Tercer Mundo, diáspora acelerada en Venezuela por la intencionalidad política de la derecha y el bloqueo. Es urgente dignificar al docente. Revertir el descenso de la matricula estudiantil. Acabar con el espíritu de «Liceote» dador de clases que tiende a dominar hoy a las universidades, y convertirlas en su deber ser: centros de docencia e investigación generadoras de conocimientos. Llamar a elecciones de gobierno y cogobierno.