Por: The New York Times.
Boluarte, la primera presidenta del país, ascendió al poder de manera repentina, luego de que su predecesor fue destituido.
Su gobierno sucede en un momento en el que la corrupción y el descontento ponen a prueba a las democracias de toda América Latina.
Al igual que el hombre al que remplazó, es una líder de izquierda que creció lejos de la capital, con una fuerte conexión con la región montañosa que, en su mayoría, es pobre.
Sin embargo, a diferencia de su predecesor, Dina Boluarte, de 60 años, la nueva presidenta de Perú y la primera mujer en dirigir el país, no tiene reputación de agitadora.
El miércoles, Boluarte remplazó a Pedro Castillo en la presidencia, luego de que Castillo, de 53 años, intentara disolver el Congreso e instalar un gobierno de emergencia, una medida ampliamente condenada como un intento de golpe de Estado.
Nos corresponde, señoras y señores, conversar, dialogar, ponernos de acuerdo”, dijo Boluarte, exvicepresidenta, en su primer discurso como mandataria, en el que hizo un llamado para conformar un gobierno de unidad. “Lo que solicito es un plazo, un tiempo valioso para rescatar a nuestro país de la corrupción y el desgobierno”.
La sorprendente, y pacífica, transición simboliza dos características aparentemente opuestas que definen a la joven democracia de Perú: su fragilidad, pero también su resiliencia.
En los últimos cinco años, el país ha tenido seis presidentes y dos congresos, mientras los escándalos de corrupción, los juicios políticos y las profundas divisiones han socavado la capacidad de funcionamiento del gobierno.
Sin embargo, cuando Castillo, quien fue maestro y activista sindical, declaró que estaba conformando un nuevo gabinete que gobernaría por decreto, pareció ir demasiado lejos.
En apenas unas horas, sus ministros renunciaron en masa, las fuerzas armadas y la policía nacional del país se negaron a respaldarlo, fue detenido y Boluarte fue juramentada.
Según diversos analistas, ese drama político refleja una tendencia más amplia en América Latina. La corrupción, la frustración generalizada por la creciente desigualdad y la ira contra la élite han alimentado la desconfianza y el populismo en toda la región.
Estos factores han generado desafíos reiterados a las democracias, a menudo jóvenes, de la región, favoreciendo el surgimiento de candidatos extremistas y líderes que siembran la desconfianza en los resultados de las elecciones, en algunos casos adoptando las estrategias del expresidente Donald Trump.
Pero, mientras que algunos países, incluidos Venezuela y Nicaragua, se han deslizado hacia la autocracia, la democracia ha demostrado ser resiliente en países como Brasil y Colombia que este año celebraron elecciones que desafiaron la fortaleza de sus instituciones.
“No están prosperando”, dijo Steve Levitsky, profesor de gobierno en la Universidad de Harvard, refiriéndose a las democracias latinoamericanas, “pero están sobreviviendo, y eso no es poca cosa”.
Castillo se encuentra detenido en una base naval en las afueras de Lima, la capital, donde enfrenta cargos de “rebelión”, según la fiscalía. El jueves compareció en una audiencia judicial inicial, en la que un juez aprobó una solicitud para mantener en prisión al expresidente durante al menos una semana, mientras se prepara el caso en su contra.
Guillermo Olivera, un abogado que dijo a los medios locales que representa a Castillo, calificó la detención del expresidente como “terriblemente arbitraria, ilícita, delictiva”.
Boluarte es del departamento de Apurímac, una región en la zona central al sur del país, cuya población es mayoritariamente indígena y donde se habla la lengua quechua. Abogada y funcionaria, trabajó durante 15 años en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil, el organismo que expide las cédulas de identidad y gestiona los registros de nacimientos, matrimonios, divorcios y defunciones.
El registro nacional es políticamente autónomo del resto del gobierno, y varios analistas políticos peruanos dijeron que es considerado como una institución eficiente y tecnocrática.
Boluarte pertenecía a un partido político marxista, pero rompió con ese movimiento luego de tener un desacuerdo con su líder, diciendo a la revista Caretas: “Como miles de peruanos y peruanas, soy de izquierda, pero de izquierda democrática, no totalitaria, ni sectaria que permite la divergencia y la crítica y donde no hay líderes infalibles ni intocables”.
En 2021, Boluarte se postuló en la candidatura de Castillo y luego se desempeñó como su vicepresidenta y su ministra de Desarrollo e Inclusión Social. Cuando asumió el cargo el año pasado, anunció que asumiría esa posición para servir a “los ‘nadies’”.
Sin embargo, renunció al ministerio después de que el presidente formara su último gabinete el mes pasado, y decidió seguir en la vicepresidencia.
El miércoles, rápidamente criticó el llamado del expresidente a cerrar el Congreso. “Rechazo la decisión de Pedro Castillo de perpetrar el quiebre del orden constitucional con el cierre del Congreso. Se trata de un golpe de Estado”, escribió en su cuenta de Twitter.
En una entrevista, la embajadora de Estados Unidos en Perú, Lisa Kenna, elogió la respuesta institucional al intento de Castillo de disolver el Congreso, calificándolo de “victoria para la democracia en Perú”.
Kenna dijo que ella y Boluarte habían sostenido “reuniones sustantivas” en el pasado. La embajadora agregó que había solicitado una audiencia con Boluarte, aunque no habían hablado desde la juramentación.
Al igual que Castillo, Boluarte nunca había sido elegida para un cargo político antes de 2021. Se postuló para alcaldesa de una parte de Lima, la capital, en 2018, y para el Congreso en una primaria en 2020, y perdió ambas contiendas. Pero ha pasado años trabajando en el gobierno.
Gonzalo Banda, analista político y columnista, calificó a Boluarte como una de las figuras más estables del gobierno extremadamente inestable de Castillo.
“Diría que después de un año en el gobierno, un año y medio, ya no es ninguna desconocida”, dijo. “Al contrario creo que es una persona que va a saber moverse en medio de las arenas movedizas del poder peruano”.
Boluarte enfrentará una batalla difícil en el Congreso, ahora que está en conflicto con el partido con el que ella y Castillo fueron elegidos.
Carlos Reyna, quien trabajó con Boluarte durante nueve años en el registro nacional, la describió como sociable con una formalidad cortés. No recuerda que ella hubiese llamado la atención y se sorprendió al verla entrar en política.
Se mostró optimista sobre su capacidad para manejar la presidencia y se sintió alentado por sus llamados a la tregua y el entendimiento en su primer discurso.
“Esto es algo que la gente ahora necesita mucho en el Perú”, dijo Reyna, quien ahora es profesor de ciencias sociales en la Universidad de San Marcos en Lima. “Creo que tiene la madera para poder hacerlo bien”.
El jueves, las calles de Lima y otras ciudades estaban en buena medida tranquilas, luego de un día en que algunos de los partidarios de Castillo salieron a las calles en protestas dispersas.
En media decena de entrevistas, la mayoría de la gente dijo que apoyaba el rechazo institucional al intento de Castillo de cerrar el gobierno.
Pero pocos creían que Boluarte podría marcar el comienzo de una nueva era de confianza en la democracia peruana.
Patricia Díaz, de 46 años, quien trabaja en la recepción de un edificio de apartamentos en Lima, calificó la transición pacífica del poder como “un alivio”, pero dijo que tenía pocas esperanzas en Boluarte.
Cualquiera que ingrese al gobierno con “buenas intenciones se corrompe”, dijo Díaz.
Jacelin Tuesta, de 39 años, vendedora de una distribuidora de cigarrillos, dijo que no cree que Boluarte sea distinta a los políticos del pasado.
“Pero es nueva y vamos a tener la fe”, dijo Tuesta. “Es mujer, así que quizás tenga otra visión”.
En una entrevista, Noam Lupu, director asociado del Proyecto de Opinión Pública de América Latina en la Universidad de Vanderbilt, dijo que la transición del poder en Perú fue un avance positivo, pero advirtió que eso no es un motivo para celebrar mucho. Señaló que su investigación muestra que los peruanos están muy insatisfechos con la democracia, creen que la mayoría de los políticos son corruptos y tienen una alta tolerancia a los golpes de Estado.
La democracia peruana ¿es perdurable “porque hay algún tipo de características estructurales e institucionales subyacentes que van a asegurar su supervivencia?”, se pregunta Lupu.
“¿O sobrevive porque no ha llegado nadie que realmente pueda galvanizar el descontento?”, añadió.
Elda Cantú colaboró en este reportaje.