Por: Camila Alfie
El trailer de la remake de Disney -ahora con actores y actrices- de su película La Sirenita despertó una cantidad desbocada de prejuicios racistas por la sencilla razón de que es la actriz afrodescendiente Halle Bailey la que le pone el cuerpo a la princesa Ariel. ¡Horror! ¡Eliminación de las personas pelirrojas! ¡Una negra usurpando el lugar de una blanca -aunque antes sólo haya sido un dibujo animado-! El racismo supura por todos lados y viene de la mano de la radicalización de la derecha, sin embargo, también en redes, se registró la alegría de niñas negras y marrones por esta representación que no es una dádiva sino fruto de la persistencia de los movimientos antirracistas.
“Déjense de tanto movimiento progre y respeten las películas originales. Es insultante”; “Era mi película favorita, la arruinaron”; “¡No la queremos, queremos una pelirroja blanca, eso nos vendiste en 1989 y eso queremos!”; “Qué pasó con la hermosa sirenita que todos conocíamos, ella cantaba hermosas melodías, no parecía que fuera a rapear”; “No es cuestión de racismo pero, ¿por qué vienen a cambiar algo que ya estamos acostumbrados a ver de cierta forma, solo por puro moralismo?” y el mejor de todos: “En serio…Deberíamos fomentar a los pelirrojos que se están extinguiendo. ¡Disney por favor! Ayuda y deja de eliminarlos como si ya no existieran”.
Estos son solo algunos de los gritos de desesperación que dejaron los defensores de la supremacía blanca en el hilo de twitter con el que Disney presentó el tráiler de la nueva versión en live action de La Sirenita. Esta remake parece calcada de la versión original animada, que fue estrenada en 1989. Los mismos planos, la misma atmósfera acuática, la misma canción principal, pero hay un detalle: la Sirenita, protagonizada por Halle Bailey, es negra. Esta elección de casting fue leída por los abanderados de la pureza racial no solo como una falta de fidelidad con la “realidad” (como si hubiese pruebas científicas de que las sirenas existen y solo pudiesen ser blancas). Sino también como una traición a las “valores tradicionales de Disney” a favor de “la corrección política progre”.
Sin embargo, inmediatamente y como contrapartida, comenzaron a circular en las redes sociales de forma viral imágenes de niñas negras que, por primera vez, ven con asombro e ilusión cómo luce esta nueva princesa marina. “¡Mami, es marrón como yo!”, exclama una en pijama, revolcándose de felicidad. “Es importante la representación de las estéticas corporales diferentes a las dictadas históricamente por el canon blancocéntrico”, reflexiona sobre estos gestos de alegría infantil Liliana Ferrer-Morillo, escritora y activista afrovenezolana residenciada en Argentina.
“Nuestras nenas negras y originarias consumen productos de una industria cultural que hasta hace bien poco las silenciaba, borraba, negaba. Tengo una nena negra, pienso en ella, en el borramiento de su piel, de sus cabellos, de su belleza que debo reafirmar a cada instante, dado que los estereotipos corporales del séptimo arte, de la TV y del conjunto de la sociedad insiste en rendir culto al Occidente hegemónico y eurocéntrico. Por ella, por mi hija, y por todas las niñas negras y originarias, celebro esta representación. No es una dádiva, tampoco un guiño; no nos engañan, son migajas y tampoco es lo mas importante. Es un poquitín de los resultados de nuestra lucha antirracista, decolonial y negra”, explica Liliana.
Hoy más que nunca, los paladines de la blanquitud heterosexual en las películas y series pop están en pie de guerra contra de estas reinterpretaciones, que entienden como una suerte de terrorismo cultural “progre”. Primero, tuvieron que afrontar la ofensa que significó la pareja de lesbianas en Lightyear. Segundo, llegó la catástrofe de los personajes negros en las precuelas de Game of Thrones y Lord of The Rings, algo absolutamente imperdonable para la ortodoxia de las fantasías medievales: ¡¿cómo un elfo no va a ser caucásico?!
Y ahora, por si fuera poco, esto. La nueva Sirenita es negra, lo que significa para ellos un pasaje de ida derecho al apocalipsis. Los twitteros no lo perdonaron y trollearon el tráiler de la película en YouTube, donde el talento de la actriz y su voz cautivante pasaron a un décimo plano por este gesto racista.
Se trata de racismo
Esta indignación forista tiene un correlato coherente con discursos de odio asociados a espacios políticos de ultraderecha cada vez más legitimados a nivel mundial. En el norte global y para graficar esta tendencia, podemos pensar en el ascenso de figuras como Trump; y desde un enfoque regional, en personajes como Milei y Bolsonaro, entre otros dirigenes de países como Hungría o Polonia, por ejemplo. Se trata de bajadas de línea filofascistas que resuenan, sobre todo, en quienes se sienten amenazados por la ampliación de derechos de las poblaciones racializadas, del colectivo LGBTIQ y de mujeres.
Personas hartas de los cuadros políticos tradicionales, que temen perder sus privilegios por esta avanzada -que califican peyorativamente de “corrección política progre”- y encontraron en estos referentes “disruptivos” y “anti stablishment” una imagen con la que identificarse y cerrar filas. Misóginos, neoliberales, individualizantes, meritócratas y disciplinantes: estos líderes califican de “victimismo” cualquier tipo de reclamo de justicia social vinculado a desigualdades económicas, racistas, patriarcales y ahora, también ambientales. Porque parece que, dentro de su lógica, el cambio climático también es una excusa para frenar el libre mercado.
No es casual que estas voces de derecha cada vez más radicalizadas se refuercen en un contexto de post pandemia, como un contradiscurso reaccionario frente a manifestaciones desestabilizadoras, masivas y globales como el #MeToo, -en contra de la violencia patriarcal- o el #BlackLivesMatter, que puso en agenda mundial la represión contra las poblaciones racializadas. Sin embargo, que un policía en EEUU asfixie a una persona negra desarmada aplastándole el cuello es solo la punta del iceberg.
El racismo es uno de los grandes resortes neocoloniales que siguen operando para justificar un centro blanco que desplaza y explota a etnias periféricas. Crea subjetividades y miradas sobre el mundo que reivindican desigualdades y opresiones sistémicas. Si ponemos la lupa solo en EEUU, haciendo un salto en el tiempo desde la guerra de secesión hasta hoy, podemos ver que la abolición de la esclavitud o de las prácticas segregacionistas en los 60’s de ninguna manera significaron, necesariamente, un ascenso social.
Para ilustrar esto, simplemente hay que ver las estadísticas de los muertos por covid-19. La mitad son afroamericanos y latinos, un porcentaje completamente desproporcionado en relación a la cantidad de habitantes que estos grupos representan sobre la población total de este país. Fueron elles quienes no pudieron parar durante el aislamiento, quienes ocuparon la mayoría de los puestos trabajo de cuidado y servicios y estuvieron más expuestos al virus por habitar en peores condiciones, con menos acceso al sistema salud y a condiciones de higiene básicas. La degradación de la vida en las familias racializadas se hereda y eso es una política pública. Y eso es tan solo un ejemplo dentro de un país. ¿Cómo se sostiene este racismo simbólicamente?
La negación como método
Volvamos a las representaciones y a la Sirenita Negra. Para Liliana, “para justificar legalmente la esclavización, hubo que negar la condición humana de lxs negrxs. La iglesia católica y apostólica de Roma afirmó: no son humanos; la ciencia afirmó: no son humanos, la sociedad afirmó: no son humanos. Ergo, son animales”. “En ese sentido, el cine y las artes en su conjunto no hicieron sino dar lugar a tal afirmación y representarnos con rasgos exagerados y de animales. Más próximos a un orangután que a un humano”, recalca.
Desde sus orígenes, los dibujos animados tienen una fijación, coherente con el racismo estructural, con representar a las personas racializadas de formas grotescas, exotizadas, caricaturescas, deshumanizantes, muchas veces expresadas a través de animales como monos, que “quieren ser humanos” pero no pueden desligarse de su inherente condición animal y salvaje. Esto se logró “a través de fomentar estereotipos negativos hacia las identidades negras con papeles periféricos, subalternos, soeces, criminalizados; borrados, o negados. El racismo se expresa con violencia, se niega y naturaliza el mismo racismo”, dice Liliana, “allí es donde nos matan simbólica y físicamente por razones étnico-raciales”.
¿Cómo este racismo se manifiesta en Argentina?
Liliana: Instalaron el mito de la inexistencia de la afroargentinidad (se murieron todos en las guerras y minados por las pestes). La población en su conjunto repite esto como un mantra que no cesa. Entonces la afroargentinidad, esa que es descendiente de otros barcos (los del horror de la trata negrera) es borrada aunque existe. Siendo así, son les olvidadaxs en las políticas públicas del Estado y condenados para siempre al olvido. No hay mayor tragedia que esta. Apenas recién se dan pasos para revertirla, los dos últimos censos de población y hogares incluyeron la variable étnico racial. También el reconocimiento del 8 de noviembre como el día de la afroargentinidad es un paso afirmativo en la superación de la invisibilidad y extranjerización de la afroargentinidad así como en el reconocimiento de sus aportes en la conformación y sostenimiento del Estado Nación.
Si le damos PLAY a las películas de Disney, podemos ver desde sus comienzos un desfiladero de representaciones racistas conformadas por todos los tropos posibles aplicables a las personas negras, asiáticas, árabes y de pueblos originarios. Como la caricatura ridiculizante de los “pieles rojas” que aparece en el filme Peter Pan, o los malvados gatos siameses -asiáticos- de La Dama y el Vagabundo. También podemos pensar en los orangutanes de El libro de la selva, que hablan y se mueven “como negros” y son mostrados como vagos e inútiles. Además de una diversidad notable de monos, hienas, cuervos y animales marinos que personifican todos los calificativos peyorativos asociados a grupos étnicos no occidentales.
Otro ejemplo paradigmático es Sunflower, de la película animada de Disney Fantasía (1940). Sunflower es una ¿centaura? con cuerpo de burro y el torso de una niña negra (por sus evidentes rasgos exagerados), torpe y enojona, que hace de “sirvienta” de las centauras “de verdad”: las que están conformadas por extremidades de yeguas gráciles y cuerpos femeninos blancos y delicados, estilo pin-up.
El lugar de Ariel
Finalmente, tras décadas y décadas de princesas blancas vinculadas a un imaginario europeo (con la excepción de Pocahontas, que tiene sus bemoles) recién en 2009 llegó Tiana, la primera protagonista negra: una joven de clase trabajadora de Nueva Orleans que cumple el sueño americano trabajando duro para poner su restaurante. En definitiva, está basada en un contexto histórico real, lo que deja tranquilos a los defensores de La Blanquitud. Por eso, sin dudas, ella no causó tanto revuelo ni irritó como sí lo hizo la Sirenita Negra. Para la Dra. en Ciencias Sociales e integrante del colectivo “Negras y Marronas” de Lomas de Zamora, Berenice Corti, esto se debe a que, lo que molesta en este caso, es que Ariel está ocupando un lugar que no le pertenece. En definitiva, está usurpando el lugar de una blanca.
Para Berenice, “por supuesto que estas representaciones sirven. Porque ofrecen imaginaciones diferentes a los estereotipos, y porque proponen otras lecturas al mundo que nos rodea, aunque sean ficcionales o históricas, como en el caso de Bridgerton. Y lo más importante: porque hace felices a las niñas que pueden verse en un personaje, o sea, les permite reconocerse en el mundo que habitan, que también está hecho de imaginación, como el de todxs lxs niñxs”, pondera. “Algo parecido propuso la serie Bridgerton con actorxs negrxs encarnando personajes burgueses de la Inglaterra de la Regencia, pero el alcance que tiene un producto Disney es mucho mayor: las quejas circularon más y la emoción de las niñas, también”, señala.
Este fenómeno de rabia contra personajes “que deberían ser blancos” explotó el mes pasado con Lord Corlys Velarion, el patriarca de una familia rica dentro del universo medieval de House of Dragons, la recientemente estrenada precuela de Game of Thrones. Steve Toussaint, el actor que lo interpreta, enfrentó todo tipo de críticas y mensajes racistas por su papel en esta serie. Él hizo notar que a los fans que a ellos no les importa que un negro haga de pirata, comerciante o asesino. “Les parece bien (que haya) un dragón volador. Les parecen bien (que haya personajes con) el pelo blanco y los ojos de color violeta pero… ¿un hombre negro rico? Eso es demasiado«, agregó en una entrevista para Men’s Health.
En 2016, la saga de Harry Potter también enfrentó comentarios de la misma índole cuando estrenaron el musical en Londres de este famoso mago. ¿El problema? Hermione Granger, una de las protagonistas, que supuestamente es pelirroja, estaba interpretada por una actriz negra. Ante la avalancha de trolls, J.K Rowling, la autora del libro, tuvo que salir a defender la elección del casting discutiéndole a sus propios fans que ella nunca había explicitado en el relato que Hermione era específicamente blanca. Sin embargo, los lectores más racistas trataron de hacer malabares para encontrar indicios frase-por-frase que “comprueben” la blanquitud de este personaje, para lograr contradecir a la escritora.
¿Sirve la excepción?
Volviendo a los dibujos animados y a la Disney, para Alexandra Jamieson los gestos racistas de este multimedio pueden rastrearse hasta en los guantes de Mickey Mouse. Estas prendas derivan de una de las características del blackface, que es una forma racista de apropiarse de los cuerpos negros por personas blancas, que implica “disfrazarse” de gente afro con el objetivo de montar un “número cómico”. Esta escritora afroargentina considera que este icónico ratón “es la sublimación de dos estereotipos estadounidenses, el negro entretenedor o ‘Minstrel’ y el alegre Sambo”. “¿Por qué usa Mickey guantes blancos? ¿A qué remiten esos guantes?”, se pregunta. “A que los patrones no quieren ver manos negras y además no es digno tocar nada con ellas. De allí que quienes hicieran black face para entretener siempre usaron guantes blancos”.
¿Qué lectura podés hacer del estreno de la Sirenita Negra? ¿Qué te genera?
Alexandra: Vi la felicidad de chiquitas sintiéndose identificadas con el personaje. Las voces en contra ya sabemos que provienen del racismo puro y duro no asumido. Escuché argumentos tan descabellados como que no hay base científica para que la protagonista sea negra. Pero me produce sentimientos contradictorios. Crecí en un mundo en el que no tenía representaciones parecidas a mi realidad. Esto se traduce en un mensaje fácilmente decodificable: no pertenecés a lo existente, valorado, interesante, no te queremos ni ver. Este discurso conlleva gran sufrimiento para todas las personas con cuerpos no hegemónicos que nos quedamos afuera. Sin embargo, una vez que aparece la representación en los medios masivos, mayormente conducidos por blanquitudes bienpensantes, nos adormece. Es decir, nos da la sensación de que ahora somos parte de esto, ahora sí nos aceptan, ahora sí nos quieren. ¿Quién nos acepta? ¿Desde qué lugar? ¿Acaso tiene alguien derecho a decirme que yo no existo o que sí existo? Yo no quiero la aceptación de nadie y menos como limosna. Y menos todavía para que nos sigan extractivando o vendiéndonos su merchandising.
“¿Para que quisiéramos una Sirenita, si ella nos saca el foco de la atención de la estructura racista con la que los medios de entretenimiento marcan la agenda?”, se cuestiona la afroactivista negra y lesbiana Sandra Chagas. “A estas corporaciones, como Disney, nos les interesa la lucha contra el racismo sistémico estructural e institucional. Si les interesara, tendríamos a una súper heroína bien negrona luchando contra el racismo y liberando a las personas oprimidas de estas tierras”, imagina. “Tendríamos una súper heroína negrona que, con su solo soplo de vida, diera de comer, agua y vida a lxs mas necesitadxs. ¡Una sirenita ennegrecida con pensamientos y basamentos en conciencia negra!”, exclama. “Cuando pienso en la Sirenita negra, solo pienso en la cantidad de dinero que van a recaudar y que jamás se les ocurrirá (a los directivos de Disney) invertirlo en capacitar niñeces negras y afrodescendientes, en un fondo de reparación contra el RACISMO. Y llevar esa millonada de dinero al combate contra el racismo EEUU y en el mundo”, cuestiona Sandra.
¿Creés que sirve este personaje, en términos de representación?
Tal vez sirva, yo no lo sé, que hablen lxs expertxs. Pero para mí no es suficiente, es el mismo apósito de siempre. Parches, palmaditos en la espalda y ninguna política pública de lucha contra el racismo real. Sino vayan a las cárceles de EEUU, o las del Conurbano. ¿Quiénes son las personas que engrosan la población carcelaria? Vayan a ver a todas la Pocahontas y Sirenitas encerradas por villeras o racializadas.
Sirenitas negras y sincretismo pop
“Hay un dato hermoso que sería bueno que lo abordaras respecto a esta nueva puesta en escena de la Sirenita”, sugiere a esta cronista Lilia Ferrer-Morillo, “y es que los críticos racistas la atacan afirmando que las sirenas no existen en la mitología negra. Leé sobre Mami Wata, un ser de las mitologías y espiritualidades afrocentradas, ¡es una sirena! Pero la ignorancia y el racismo son re-atrevidos”.
Alexandra Jamieson también recupera a esta deidad marina afro. “La sirenita es un cuento ya clásico que comenzó siendo popular. Pienso que en las adaptaciones y reescrituras, los personajes pueden adoptar cualquier atributo que nos parezca. Lo que pocas personas dicen es que el personaje mitológico no es propiedad de Andersen, quien se dedicó a recopilar y cristalizar esos cuentos populares. Sirenas existen en prácticamente todas las culturas con distintas formas y colores. Nadie nombra a Mami Wata o Mamba Mutu, sirena mitológica de África occidental. ¿De qué color la imagina alguien a quien le cuentan este cuento popular allí, digamos en Benin o en Congo?”, reflexiona.
En 2016, en medio de la era Trump, la cantante afroamericana Beyoncé lanzó “Lemonade”, uno de los discos más desafiantes de su carrera, que rápidamente se posicionó como una de las piezas más aclamada de su trayectoria y una de las más rankeadas y premiadas de la década pasada. Este álbum, que tiene su correlato visual, es una narración sobre la violencia estructural que oprime a las mujeres negras y el trauma transgeneracional que significó el esclavismo, con referencias a Malcom X, las plantaciones de algodón, el tráfico humano y la cultura creole de Nueva Orleans. A su vez, también trajo al frente todo un imaginario de fantasía matriarcal afro que gira en torno a seres espirituales de la santería, las prácticas yoruba, los espíritus del vudú o la diosa orisha Osún.
Este feminismo espiritual negro que ella construyó alrededor de su identidad como artista tuvo su epítome en la entrega de los Grammys del 2017 (una ceremonia que había sido fuertemente cuestionada por su racismo con respecto a la selección de artistas merecedores de este premio). Con este telón de fondo y el estallido del #MeToo, Beyonce vivió uno de los momentos más icónicos de su carrera como performer, donde se reafirmó como referente cultural de este sincretismo religioso afro remixado con un lenguaje pop. Con un embarazo avanzado de gemelos, esta diva subió al escenario con un atuendo que sugería rasgos de Mami Wata, la diosa del mar, la fertilidad y también de la venganza contra los traficantes de esclavos. Como una sirena dorada con las cualidades duales de una venus y una virgen, la abeja reina ofreció una imagen poderosa, tanto sagrada como sexual. Finalizó su show diciendo: “Si vamos a sanar, que sea glorioso”.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/483737-escandalo-blanco-por-la-sirenita-negra
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