Por: Alberto Aranguibel
La derecha no tiene ideología sino atributos.
Imagen: Analista Alfredo Aranguibel |
Derechos auto asignados con los cuales ha pretendido desde siempre contener la vocación revolucionaria de los pueblos. Único requisito indispensable para alcanzar y mantener el orden social que considera correcto; el de la supremacía de los ricos sobre el resto de la sociedad a la que asume como inferior y palurda.
Por eso un día la derecha puede estar junto al presidente Trump granputeando en las formas más horribles y deleznables a su contenedor electoral Joe Biden y al día siguiente, cuando éste gana las elecciones, cuadrarse sumiso y fervoroso al que considerará de ahí en adelante su nuevo gran líder.
Lo mismo hará, por ejemplo, con potencias económicas. Como China, a la que asumirá como la peor amenaza comunista para la humanidad, siempre y cuando no haya algún negocio factible con ella. Lo que hará también con Rusia, Irán o hasta con la mismísima Cuba de los Castro y del Che, si es que de alguna platica fácil se trata. Para lo cual argumentará siempre que, si hay de por medio algún negocio, entonces como clase eminentemente capitalista está en todo su derecho.
Para ella, la inmoralidad del salto de talanquera no existe porque uno de esos derechos fundamentales que considera inviolables como clase superior es hacer lo que le venga en gana sin limitaciones bastardas que se lo impidan. El dinero justifica y legaliza todo alrededor de los oligarcas. La ética no es precisamente su marco conductual. La ética y las Leyes que la regulan son para mantener a raya al lumpen proletariat, a los pobres y los desdentados, pero jamás a los ricos.
Por eso en el mundo de hoy los ricos dejan de lado a sus antiguos servidores, los tierrúos políticos de derecha, para hacerse por sí mismos del poder, como sucede en Latinoamérica desde el inicio del nuevo siglo. Peña Nieto, en México, Piñera en Chile, Macri en Argentina, o Lasso en Ecuador son apenas algunos ejemplos de esta nueva concepción del poder desde la óptica de los magnates del gran capital en la región.
Todos ellos, sin excepción, desafían cada vez más arrogantes a los tribunales negándose a atender las citaciones que se les hacen por corruptos o por genocidas, tal como se niegan hoy Macri, Bolsonaro y Lasso. Son simplemente superiores.
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